lunes, 29 de enero de 2018

Los rojos no usaban sombrero



Edgar Allan Poe dejó escrito: “nuestros recuerdos son traidores y marchitos”. Nuestra memoria no está sólo mediatizada por su mayor enemigo, el olvido, sino también por nuestros sentimientos y por nuestras convicciones. Será por esta razón por la que hay tanto debate, no ya sobre el franquismo per se – asunto sobre el que se debería hablar más, sobre todo de algunos asuntos que todavía la sociedad española no se atreve a afrontar, nos falta memoria histórica - , sino que más bien el debate se mueve por la senda menos interesante de si el franquismo fue una dictadura atroz o, por el contrario, una dictadura ligera o dictablanda. Es menos interesante porque en realidad la cuestión no resiste el más mínimo análisis serio.

En primer lugar, cada uno de los que vivió en aquella época, cuenta su historia según le fue. Si de alguna manera estabas relacionado con el régimen, te sentías como pez en el agua y tus recuerdos son positivos. Si pertenecías a las clases que no estaban invitadas al festín, la cosa cambiaba y algunos recuerdos son malos e, incluso, trágicos. 

Pero más allá de esto, de las vivencias personales,  señores, el gobierno del general Franco fue – por encima de todo – una dictadura militar, que en sus casi cuarenta años fue pasando de tener un tinte filofascista muy violento a ser un régimen autoritario tecnocrático de violencia más selectiva. Pero siempre bajo mandato del espadón, bajo palio, con un bastón de mando en una mano y la cruz en la otra hasta que la muerte nos separó.

Así que hoy en los medios no es extraño encontrarse gente que reivindica aquella época como algo que no era tan malo como se lo pinta, que si no te metías en política podías vivir bien, que si no hablabas de lo que no te dejaban hablar no pasaba nada. Que era algo que ya está superado, pero que fue una fase necesaria a la que no hay que volver. Que tuvo realizaciones importantes, que pensaba en el trabajador – o “productor” que se decía en la jerga de entonces pues “trabajador” tenía resonancias marxistas -, que fundó la seguridad social, que convirtió el país en una potencia industrial. A mí se me ocurre a bote pronto que en Francia también tuvieron un general, que fue elegido en las urnas,  también crearon la seguridad social,  antes que nosotros,  y eran y son industrialmente más poderosos que nosotros. Así que a lo mejor fue una fase innecesaria a la que no hay que volver.

Pero, ¡ay amigo!, da la casualidad de que yo vivía ya, tenía 15 años cuando murió el dictador,  y no me dan gato por liebre. Yo tengo mis propios recuerdos, los recuerdos del niño que fui, la remembranza de las conversaciones de mis mayores, mi socialización en las costumbres y normas de la época, y asistí – en algunos casos protagonicé – situaciones que no se podían reproducir en ningún otro país de Europa occidental.

Entonces, ante los recuerdos de los que reivindican la dictablanda se alzan mis propios recuerdos de la infancia que no la dejan en buen lugar. Y si ellos tienen derecho a contar su historia yo tengo tanto derecho como ellos a contar la mía.

Por lo tanto, he sacado mis recuerdos de un armario polvoriento y he intentado recuperar ese niño que fui, y van surgiendo de ese armario relatos de cosas que pasaron delante de mí. Pero no sólo cuento lo malo, describo el ambiente, describo no sólo el porrazo del guardia de la porra sino aquello por lo que nos reíamos y éramos felices, la vida tal como la recuerdo desde las lentes de un niño y desde el sentido crítico de un adulto.

Voy sacando microrrelatos – apenas un folio - conforme mi memoria los recupera, poco a poco, sin un orden predeterminado. En un momento dado - cuando voy en el tren de cercanías o cuando me estoy lavando los dientes, o bien, cuando se me va de viaje  la mente en una de esas reuniones de trabajo tan aburridas - me viene a la memoria un recuerdo. Entonces lo apunto en mi libreta – la libreta que llamo “de pensamientos”, que me acompaña siempre - y espero una mejor ocasión para escribir el correspondiente relato. 

Los he publicado y seguiré publicando en mi microblog – Micro Sociología Divertida - y les he dado el nombre general de “Recuerdos de un niño del franquismo”. Pues para mí, un “niño del franquismo”, es aquel que nació y se educó en pleno apogeo de la dictadura.

He sido completamente sincero cuando los he escrito. Todo es tal y como lo recuerdo, pero hemos dicho que los recuerdos son traidores y marchitos, admito que mis relatos no son actas notariales. Los recuerdos de la infancia son además paradójicos, por un lado tienen una fuerza enorme, están grabados a fuego en nuestra memoria, pero por otro lado tienen un cierto toque de ensoñación, un barniz onírico por el que al final no estás seguro si lo soñaste, lo viviste o ambas cosas. De todas formas es lo único que tengo y es lo que os ofrezco. Ahí los dejo para los que quieran leerlos.

En la posguerra, un anuncio  que se convirtió en un hito de la publicidad en España, fue el de una sombrerería cercana a la Puerta del Sol que decía: “Los rojos no usaban sombrero”. Se aprovechaba de la represión del régimen y el consiguiente deseo de no querer ser identificado como de izquierdas, de “no significarse” como se decía en la época, para provocar la necesidad de comprar sombreros en aquella tienda. Si se piensa en ello, se trata de una publicidad muy efectiva, muy poco ética, muy indicativa de lo que pasaba en el país y de que la dictablanda no era tan blanda como quieren hacernos ver.

Para hacer promoción de mis humildes escritos no voy a recurrir a algo parecido, por ejemplo: “Los fachas no leen Sociología Divertida”, sería absurdo, más teniendo en cuenta que no me llevo ni un duro, que me gusta que me lean pero que no deja de ser un hobby. Además, ¿por qué habría de cerrarme a un grupo de lectores?. A lo mejor abren los ojos.

Juan Carlos Barajas Martínez
Niño del franquismo
Historias de un niño del franquismo